Todos los inicios de año hago una lista de propósitos que
suelo cumplir, aunque parezca mentira. Para este año 2014 me propuse publicar
en el blog semanalmente y no he logrado cumplir pues, aunque tengo bastante
material, no he podido terminar los escritos como me gusta debido a la
agitación que hemos vivido en Caracas desde el 12 de febrero, Día de la
Juventud en Venezuela, y que ha colmado mi atención.
Entre tantos acontecimientos me preocupa el brote de
fascismo que se ha desatado entre los jóvenes, y los no tanto, particularmente en
las zonas de la clase media-alta de la ciudad. Como la inmensa mayoría de los y
las venezolanas, según lo revelan recientes estudios de opinión, respeto el
derecho a la protesta, pero no respaldo el vandalismo que cercena otros derechos
de la ciudadanía como son el derecho a la vida, a la educación, al trabajo, al
libre tránsito. Debo confesar que nunca había vivido en el país situaciones
como las que se han visto las últimas semanas. Por citar algunas, la colocación
de alambres de púas que atraviesan calles a la altura del cuello de los
motorizados para que mueran degollados a su paso, como en efecto sucedió; el
intento de quemar vivos a médicos cubanos que prestan sus servicios en los Centros
de Diagnóstico Integral; el trato tan indigno que se les ha dado a los perros y
a los gatos (quién sabe si de la calle o de las propias casas; la crueldad desatada
parece no hacer distinciones), que han sido lanzado vivos para alimentar
hogueras o han sido ahorcados y luego expuestos a la vista de transeúntes ante
la risa de los autores de esta barbarie, quienes, por si fuera poco, se
retratan y divulgan por las redes tan dantesco espectáculo; no había visto que
se talaran árboles para hacer barricadas, pensemos cuántos años le toma a un
árbol crecer y los beneficios que nos reportan y que ahora dejarán de reportar;
tampoco había visto la quema de sedes universitarias, bibliotecas incluidas, de
centros de salud y de unidades de transporte colectivo, bienes públicos por
excelencia: hasta los convenios internacionales sobre las guerras plantean la
inviolabilidad de estos recintos.
Pero lo más insólito para mí ha sido la tranquilidad pasmosa
con la que se invoca una intervención extranjera en nuestro territorio para
resolver situaciones cuya salida (la de los que la quieren, yo no me anoto)
tendría que ser política y constitucional, lo cual pasa por procesos de
organización que, como no se tienen, se termina apostando por el caos. El día
25 de marzo, el Doctor Germán Escarrá, abogado constitucionalista venezolano, calificó
este comportamiento de antipatriota y llamó a la reflexión en el sentido de que
algo está pasando con nuestras familias, valores incluidos, y con la educación,
tema de este blog, que está permitiendo este fenómeno. Yo estoy de acuerdo con
él: algo no hicimos bien para que veamos a nuestra juventud desplegar estos
comportamientos típicamente fascistas. De pronto pienso en los colegios
privados católicos que funcionan en las zonas de clase media-alta donde se han
desarrollado los hechos y en los que seguramente se han formado muchos de los
muchachos que hoy se prestan para esta forma inaudita de protesta (que me
perdonen los colegios y universidades católicas pues hasta yo misma fui formada
en ellos).
Quienes invocan la intervención extranjera no miden las
consecuencias de sus actos, están convencidos de que por ser partidarios del
país invasor van a estar a salvo, que van a ostentar una marca o seña que los
va a distinguir de “los otros” a la hora de los atropellos. A esos insensatos
les dedico el poema del alemán Martin Niemöller. Se dice que cuando Stein, su compañero de celda durante
el nazismo, le preguntó por qué había apoyado al Partido Nazi en un principio, Niemöller
contestó: “Yo también me he hecho esa
pregunta. Me lo he preguntado tantas veces como lo he lamentado. Además, es
cierto que Hitler me traicionó”. (Pueden
consultar detalles sobre la vida de Niemöller en este link
http://es.wikipedia.org/wiki/Martin_Niem%C3%B6ller)
http://es.wikipedia.org/wiki/Martin_Niem%C3%B6ller)
Cuando
vinieron por mí
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Un
gran abrazo a mis lectores, incluidos los que no piensan como yo. Espero poder
escribir muy pronto.
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